La columna ha sido siempre un espacio de opinión. No obstante, su fuerza no radica en darle espacio a ciertas personalidades que por alguna razón son consideradas (o ellas se consideran a sí mismas) aptas para contarle al mundo lo que a éste le pasa, sino que su fuerza radica, más bien, en todo lo contrario, en hacer un corte real en las informaciones circulantes para dejar aparecer verdades que puedan ser compartidas con la comunidad, un tanto para que se enteren, otro tanto para hacerlas participar de una inteligencia común que frecuentemente es arrebatada por los medios y las instituciones académicas.
En este sentido, “columna de opinión” no es una denominación exacta. La columna debe ser abierta, centrada en poder destrabar la información y provocar reflexiones serias y desinteresadas sobre los acontecimientos, lejos de la autocomplacencia de mentes que creen cumplir esa función en su intimidad. No es, en rigor, una opinión. Es, por el contrario, abrir un espacio diferente en un ambiente cargado de opiniones que buscan solamente producir información, sin importar realmente lo que esté o no sucediendo.
Los últimos años nos han mostrado lo contrario. Cualquier hecho en cualquier parte es inmediatamente transformado en opinión y las plataformas actualizan sus algoritmos para que verdades, mentiras y nimiedades circulen con el mismo valor. Académicos, periodistas y diferentes personas no se inmutan y, por el contrario, junto a imágenes de sus rostros y poses, comentan sobre esto y lo otro a condición, las más de las veces, de dejar de lado cualquier contacto con las problemáticas que afectan a la población. De algún modo, el mundo de la opinión se torna un mundo autosuficiente, similar a la especulación financiera y sus desfalcos continuos. Pues, en el fondo, se genera una acumulación creciente de datos que no tienen ninguna relación con los acontecimientos, y lo que sucede, por todos lados, es ahogado por una cantidad de información. O, dicho de otra manera, la acumulación de opiniones es una estafa, piramidal si se quiere, a la población. De un momento a otro, la información no es soportada por los sucesos, por las problemáticas, y ya no puede sostener la fantasía en la que continuamente vive occidente.Podemos presentarlo de la siguiente manera: un acontecimiento X en un lugar X llama la atención de la prensa, de académicos e influencers. Cantidad de imágenes, cantidad de opiniones, de datos se generan de inmediato. Lo que sucede es suplantado por lo que le sucede a la información. Entonces los likes o dislikes, los comentarios, los reposteos, toda esa acontecimentalidad de internet toma el control y nuestra vida será sólo eso, lejos de lo que sucede, de las problemáticas, de las pasiones corporales de verdad.
La vida académica, intelectual, la reflexión y, sobre todo, la acción política de los comentarios escritos escasea. Vivimos una época en que la suplantación y la estafa gobiernan el quehacer de la escritura que, siempre queriendo ir al paso de la modernidad, no tiene ningún problema con su automatización y su eventual desaparición.
De ahí en más, todos y todas insertas en una financiación de los saberes. Los rostros o las voces más repetidas ni se enteran de esto, pues, al fin y al cabo, son sus egos los que gobiernan.
No diremos que estas columnas revertirán la situación. Sólo que actuarán en conciencia de esta estructura especulativa que nos hace hablar y opinar. El silencio no es carta. Tampoco lo es el platonismo o el odio metafísico de la opinión. Después de todo, el dominio de la filosofía occidental nos ha enseñado que tanto la verdad como la opinión pueden ocupar el sitio del poder y el dominio. El punto está en reflexionar esa alternativa que no es verdad ni opinión en sentido griego, sino que es más bien verdad y necesidad de hablar en un sentido infinitamente popular.Una columna es una fila apretada, un pilar abigarrado. En el caso de la columna de opinión, se trata de una hilera de palabras que pretende ser el soporte de una voz, un pensar y un sentir supuestamente común o que aspira a ser común. Sin embargo, una columna en tanto soporte y pilar es una exaltación de la verticalidad y, por lo mismo, es también una limitación del horizonte. La imposición de límites al horizonte en que se despliega la frase escrita o la escritura sin más.
La columna escrita es la reconducción de la frase. Es el descenso zigzagueante de la escritura. Un tirabuzón insertándose ávidamente en la atención de quien quiera leerla. Un avance en espiral descendente para poder aunar la delicadeza de la punta que se inserta profundamente, por una parte, y la amplitud del compacto cuerpo insertado, por otra, para poder jalarlo y liberar el contenido del envase.De la secuencia atenta de ese zigzag se sigue si tendrá la fuerza para destapar el botellón o el botellín de la opinión. Una columna puede limitar el horizonte o, incluso, la horizontalidad esperable de las opiniones, pero también puede adoptar o asumir su carácter vertical, su carácter de descenso zigzagueante lo suficientemente amplio y agudo como para destapar y liberar ciertos contenidos y acontecimientos.